27 abril, 2024 03:13
Javier Ruiz - Libreria Praga

OPINIÓN GP | JAVIER RUIZ @sevennorth | LA COLUMNA DEL 5

Lo normal es la derrota. Da igual quién seas: Pau Gasol, un madridista en la Copa de Europa, Rafa Nadal o un sevillista en la Europa League. Da igual fútbol, que baloncesto, que la vida. Pierdes. Siempre acabas perdiendo más que ganando. Puedes ser rico hasta el aburrimiento que morirás, puedes ser pobre que morirás antes. Puedes ser el líder en Segunda que sufrirás, puedes ser el Barça en la Copa del Rey o llamarte Messi que tendrás un periodista argentino que te recordará que eres un perdedor y un boludo, no se sabe en qué orden.

Tal vez deberíamos dejar de sufrir con la derrota y empezar a elegir con cuáles vivimos. Elegiríamos perder como la España de basket, levantándonos para jugar el siguiente partido. Pensando que ser terceros es la mejor de las derrotas y respetando tanto a los rivales y a nuestro oficio y a nuestro deporte que nuestra victoria —derrota camuflada en bronce— tenga un impresionante aroma a gloria. Perder como Serbia, jugando con todo y a por todo y hasta el último segundo y honrar así la historia de su país y de la vieja Yugoslavia. Vivir siempre en la derrota como Dragic hasta que pasados los treinta encontró un entrenador maravilloso y un compañero adolescente que tenía tanto talento como humildad y aceptaba ser estrella y currante, ser dios y mendigo y que incluso se apagaba minutos antes del final para que el justo MVP luciera más, para que el equipo —porque el MVP no podía más— brillara y ganara, con justicia, como país por primera vez.

En la derrota vive el Valladolid, el equipo de Onésimo, de Eusebio, del estadio más frío de España que llevan desde 2014 en Segunda. Son el decimotercer equipo en la clasificación histórica del fútbol español y les bastó diez minutos para encontrar un enorme agujero en la defensa del Granada. Aunque en esta columna nos declaramos fans de los mediocentro, a ser posible elegantes, este Granada, estos centrales: Menosse y Dean, nos han hecho desear la vuelta de Germán como si fuera un híbrido entre Messi y Maradona, entre Raúl y Modric. Queremos que vuelva o que esté o que llegue Saunier, que cuentan que es Hierro y es Koeman. Queremos un central, mejor dos. Alguien que se ocupe de esas tareas oscuras que suceden en el área, en la frontal del área, que se ocupe de ese balón largo filtrado que nos asusta y nos mata. Queremos un central como a veces se quiere un hermano mayor fuerte y cariñoso que te proteja. Saunier, Germán, volved, curaos.

Se puede perder una semifinal y que sea triste porque has sido un gran equipo, has ganado tres campeonatos de Europa y ahora vas y pierdes. Derrota triste, sin duda. Pero no es comparable, no, al desazón de llevar meses sin ganar. Meses. Más de 200 días sin un humilde uno-cero. Sin acabar el partido con esa sonrisa tonta que da la victoria. Sin alegrarte del centro que ha rematado Ramos, de la falta que entró un poco floja pero el portero rival falló. 200 días sin ganar, viviendo en la derrota permanente, en esa muerte lánguida del aficionado que recuerda el año aquel que subimos y la temporada fue buena, los primeros años en Primera en los que el equipo perdía más que ganaba pero tenía dignidad. Dos-cero en el minuto 79. Se acabó. Esperar ahora una semana, hasta el sábado a las seis en los Cármenes, hará buen tiempo, dicen que igual anuncian que anuncian que el Metro funciona y veremos cómo funciona. Y los más de 200 días estarán como una nube negra, espesa, sobre los Cármenes. Cada derrota, cada empate, se reflejará en las blanquiverdes del Córdoba que parecerán todos Dragic y Doncic.

Marcó Pedro y no pensamos en la victoria, puede que sí en el empate que ya es una derrota pequeñita. Acabó el partido y no quisimos mirar la clasificación, si acaso de reojo, de lejos. Pasando el dedo con descuido por la pantalla del móvil como si no fuera con nosotros. Somos el Granada, cantamos volveremos y cosas así. Cuatro de quince. Ya no estamos imbatidos y pronto habrá que mirar la clasificación y eso, en una temporada que se preveía alegre y confiada, será una cruel derrota. Una derrota de mañana fría de enero, de madrugada en una ciudad fallida y triste, de canción de Nick Cave.

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